GLOBAL MEETING UIC BARCELONA

Los 2,5 minutos que hablan de 25 años de historia

crónica

Fueron dos minutos y medio. Quizá tres. O cuatro. Da igual. Fueron más de dos minutos en los que la gente, de pie, aplaudía al joven Joel Bueno, con parálisis cerebral espástica, que un día dijo a sus padres que quería ser músico. Un imposible. Y lo logró. Más de mil personas, emocionadas, mostraban su respeto al joven que, rompiendo todos los esquemas de lo que parecería “normal”, hizo música en el Palau de la Música. “Every breath you take”. Mil doscientas personas que estuvieron en el magnífico y emblemático edificio modernista del arquitecto Lluís Domènech i Montaner. Un acto para cerrar un año, también emblemático: el del primer cuarto de siglo de la Universidad Internacional de Catalunya.

La canción llenó el Palau. “En cada respiración que haces, en cada movimiento o cada paso que das, te estaré observando”. Hablaba de lo que hacíamos en aquel excepcional escenario modernista: observar cómo Joel Bueno tocaba con los ojos la mítica canción de The Police: “Every breath you take. And every move you make. Every step you take. I’ll be watching you”. Con el sistema EyeHarp, un instrumento en el que las notas están colocadas en círculo, en una pantalla de ordenador, y se pulsan a través de un detector de la mirada. De la mirada del chico que no dijo que no y que hizo posible un imposible.

“No hay un futuro sin pasado”, afirmó el conseller Joaquim Nadal, al iniciar el acto: “UIC Barcelona es una realidad tangible y joven que se ha construido día a día, en un presente continuo y gracias al sueño de esos que la quisieron fundar”. Un sueño de un imposible, también –en un momento en el que no había espacio legal para universidades privadas–, y lo hicieron posible. “Honor y gloria a quienes la fundaron”, decía Nadal. Como Teòfil Sánchez, que recibió, de manos del rector, un premio honorífico por su papel fundacional, hace más de veinticinco años. “Honor y gloria a los que la habéis hecho crecer”, como Josep Maria Pujol, que durante casi veinte años, desde 1998, fue el presidente del patronato universitario, sustituyendo a Ramon Guardans.

Y es que veinticinco años no son muchos, para una institución llamada a ser milenaria. Pero no deja de ser una edad que hay que celebrar. Hacía poco más de dos décadas UIC Barcelona parecía imposible. Sin embargo, es una institución fundada por personas que creyeron en este proyecto –hoy, una realidad–, que cada año acogería a miles de estudiantes. “Muchos más han creído –decía uno de los vídeos que vimos en el acto–, convencidos de que formar a las personas de hoy es transformar la sociedad de mañana”. Son los más de veinticinco mil alumni que ya forman parte de estos transformadores y que dan la vuelta al mundo. Una de ellas, Valentina Riverso, de Arquitectura, recibió el Premio Alumni al mejor proyecto de transformación social por “Toilets block”, en la Themi School, de Tanzania; y otro, Ignacio Blasi, de Odontología, el premio al reconocimiento a su trayectoria profesional.

Sin duda, lo que más marcó el acto fue el momento en que apareció en el escenario Joel Blanco, con otros cinco músicos y una cantante. Un grupo formado gracias al programa de becas SuperArte, impulsado por la Fundación Grupo Sifu, presidida por Cristian Rovira, también alumni UIC Barcelona. Ese momento marcó porque mostró lo que es esta universidad que celebra su primer cuarto de siglo: un barco llevado por personas en las que cada una tiene su función. Y en el Palau de la Música, las 1.200 personas, como si fueran una, se pusieron de pie, aplaudiendo más de dos minutos. Mil doscientos corazones. Mil doscientas almas que se sintieron tocados por el arte de Joel y que merecieron estas palabras del periodista Javier Quintano, alumni de la promoción 2006, ahí presente:

“Este aplauso larguísimo celebró no sólo una actuación, sino el valor de la vida humana, incluso la más vulnerable, que es valiosa, aunque no cumpla los parámetros de utilidad a los que está acostumbrado nuestro mundo”.

“Este aplauso celebró la ciencia y la tecnología, que son capaces, con nuestra investigación y trabajo diario, de ayudarnos a ayudar, de hacer muy bien, de que los ciegos vean, los cojos caminen y los mudos hablen”.

“Este aplauso celebró el altruismo, el servicio, la tozudez humana de querer amar y estar por los demás, incluso cuando no reportan ningún beneficio. Joel ha recibido la ayuda de mucha gente, pero, seguramente, él ha sido quien ha ayudado más, porque nos ha enseñado que lo que no se da, se pierde”.

“Este aplauso –como acababa el antiguo alumno de Periodismo– celebró la excelencia, la superación”.

UIC Barcelona cerró la celebración de sus 25 años de historia en uno de los lugares más emblemáticos de la cultura catalana. Fue, como dijo el periodista Ramon Pellicer, conductor del acto, “un homenaje al principal legado de una universidad: sus alumnos, convertidos en profesionales que transforman el mundo”. Así, sin buscarlo, estos 25 años se resumieron en los 2,5 minutos que duró el aplauso en una historia muy personal. Sin inteligencia artificial que valga. Porque, como recordó Ramón López de Mántaras, científico pionero en este campo, “la IA no tiene experiencias vitales”.

Y la vida que dieron esos 2,5 minutos, habla de los próximos 25 años.

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